30 de abril de 2008

Arthur C. Clarke, profeta de la exploración espacial

Existen hombres de letras que, gracias a su prosa visionaria, no sólo son reconocidos en el mundo literario, sino que se transforman en figuras relevantes en el desarrollo científico y tecnológico de su época. Un ejemplo notable de esta dualidad, lo vemos en la figura de Sir Arthur C. Clarke, el destacado autor inglés, fallecido a los 90 años de edad, el pasado 19 de marzo.

Por Hugo Jara Goldenberg

Un extracto de este artículo fue publicado en la revista de divugación astronómica Argo Navis (Nº 19)

Arthur C. Clarke será, con justa razón, recordado como uno de los más grandes escritores de ciencia ficción del siglo XX. Su extensa carrera literaria se inició en los años 40, y de su pluma surgieron muchos cuentos y novelas que han cautivado a sucesivas generaciones de lectores quienes, a través de sus relatos, han soñado con las fantásticas posibilidades que ofrece la conquista del Espacio.

Sin embargo, y a diferencia de otros escritores del género, con algunos de los cuales rivalizó en fama, su obra excedió el ámbito de la mera fantasía, y su quehacer se proyectó también de manera relevante en los territorios de la ciencia oficial. Así, es ampliamente reconocido su rol como educador y divulgador del conocimiento científico entre la comunidad. Y, del mismo modo, se le recuerda por el aporte que hizo, en ideas pioneras a la astronomía y la astronáutica, disciplinas que en la segunda mitad del siglo pasado se desarrollaban rápidamente.

Ya en los inicios de su carrera literaria, se destacó por presentar en sus relatos tecnologías que posteriormente se transformarían en realidad. En 1945, cuando faltaba más de una década para el inicio de la conquista del Cosmos, escribió un artículo en el cual describe un satélite artificial que, orbitando a gran altitud, podría girar a una velocidad angular igual a la de la Tierra, logrando así el efecto de permanecer fijo sobre un punto de la superficie terrestre. Se trata de los llamados satélites geoestacionarios, importantes ingenios espaciales que son, en la actualidad, elementos claves en la industria de las telecomunicaciones (con tres de estos artefactos, es posible dar cobertura de comunicaciones a todo el planeta). En homenaje a quien los inspiró, la zona del Espacio en la cual se desplazan estos satélites, es conocida como Órbita de Clarke.

Pero su momento de fama, sin lugar a dudas, llegó cuando escribió el guión para la película 2001, una odisea del Espacio (basado en El Centinela, un relato breve suyo, del año 1948). Junto al Director Stanley Kubrick, lograron dar vida a un film de ciencia ficción insuperable el cual, a pesar de los cuarenta años transcurridos desde su filmación, aún mantiene plenamente vigente su mensaje futurista y encanto visual. Después del éxito de la apuesta audiovisual, Clarke escribió la novela con el mismo nombre, la que se transformó también en un éxito de ventas.

Cuando se produjo el estreno de la película, en abril de 1968, la humanidad se encontraba en los albores de la exploración del Cosmos y las expectativas eran muchas. A poco más de 10 años del lanzamiento del primer satélite artificial (el Sputnik I, en octubre de 1957), se habia avanzado tanto que ya se estaba por llegar a la Luna, y era natural que el, entonces lejano, año 2001 se vislumbrara como la culminación de la conquista espacial: bases lunares, turistas alojados en hoteles en órbita terrestre y viajes tripulados interplanetarios, entre otros logros tecnológicos, se suponía que serían cosas cotidianas.

Un salto evolutivo

Sin embargo, ya largamente sobrepasado el mítico año 2001, muchas de esas expectativas no se cumplieron, y desde hace más de tres décadas (la última misión Apolo a la Luna fue en el año 1972), la presencia humana en el Espacio se ha limitado a misiones orbitales, a baja altitud, alrededor de la Tierra. Con tantos sueños frustrados, se podría pensar en un fracaso; pero no ha sido tal, ya que aunque personalmente no hemos llegado muy lejos, sí lo han hecho nuestras representantes: las sondas interplanetarias robotizadas, las cuales han explorado casi todo el Sistema Solar, e incluso algunas de ellas, ya van en viaje hacia otras estrellas.

A la luz de esta experiencia, pereciera que la colonización del Cosmos a gran escala, con la actual tecnología, no será posible para los seres humanos. El solo pensar que el viaje ida y vuelta a la estrella más cercana demoraría cerca de cien mil años, además de la ingente cantidad de energía necesaria para proteger a nuestros frágiles cuerpos de las condiciones extremas que imperan en el Espacio exterior, nos señalan que serán las máquinas robotizadas, herederas de nuestra inteligencia y conocimientos, las llamadas a abandonar la cuna y proyectar a nuestra especie en el Universo. Incluso, muchos piensan que estos ingenios mecánicos se convertirán en nuestros sucesores, y la evolución biológica será reemplazada por una evolución tecnológica.

Clarke, renunciando a sus tempranos sueños espaciales, no sólo adhirió a esta idea controversial, sino que terminó convencido que la breve historia de los vuelos interplanetarios, con los humanos aventurándose, durante un par de generaciones, no más allá de unos cientos de kilómetros sobre la superficie de la Tierra, y las naves robotizadas llegando a casi todos los rincones de nuestra vecindad cósmica, es señal inequívoca del proceso evolutivo que va desde el Homo Sapiens hasta la Machina Sapiens.

Con respecto a este tema, hace pocos años, Clarke escribió el prólogo del interesante libro titulado Más allá, La visión de las sondas interplanetarias, y en parte de él señalaba:
“…Tal vez la inteligencia y la creatividad sólo surjan de la vida orgánica, puesto que los seres vivos, por su naturaleza intrínseca, son los únicos capaces de evolucionar de organismos simples a complejos……Pero aunque la inteligencia y la conciencia emerjan en forma exclusiva de la vida, tal vez puedan aprender a valerse solas sin la frágil base biológica que ahora precisan, y el mayor estímulo para el desarrollo de inteligencia mecánica lo constituye el desafío del Espacio…..”.

Se trata de una propuesta perturbadora que no deja indiferente a nadie, por las profundas implicancias filosóficas y también espirituales que acarrea. Y aunque para muchos no es más que idea fantástica, quizás si el argumento de una novela de ciencia ficción, no debemos olvidar que muchas veces la realidad logra superar a los más afiebrados sueños.

Y como pocos, Clarke poseía la capacidad de soñar e imaginar escenarios futuros, pero las suyas no eran simples especulaciones. No, todas sus ideas visionarias surgían de un profundo conocimiento científico y tecnológico. En los últimos años, y a pesar de lo avanzado de su edad, (y de estar alejado del ruido de la civilización, ya que vivía en Sri Lanka, la antigua Ceilán), continuaba atento al desarrollo de la astronáutica y también de la inteligencia artificial. Por otra parte, sus opiniones con respecto al futuro de la colonización del Espacio, a veces controversiales e inquietantes, siempre fueron escuchadas con atención y respeto. No en vano, el anciano escritor era unánimemente reconocido como el profeta de la conquista del Cosmos.

Pero al igual que todo mortal, le llegó la hora de partir, y precisamente cuando la humanidad conmemora los cincuenta años del inicio de la exploración espacial, Sir Arthur C. Clarke ha emprendido su propio viaje hacia las estrellas.

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